Todos los días la misma escena. Beatriz siempre salía a la ventana a matar el gusanillo y fumarse un cigarro. Las cuatro y media y la pareja de viejecitos se sentaba en el banco en frente a la ventana de Bea.
Si le hubieran preguntado a Bea qué es el amor ella respondería: la parejita de ancianos de las cuatro y media.
Siempre que su reloj marcaba las cuatro y media, aparecían por su calle para sentarse un rato en el banco.
Ella sonreía como si fuera la primera cita entre ambos y él la miraba como si se tratase del mayor tesoro del universo.
Se quedaban sentados por diez minutos. Sin hablar. Solo cogidos de las manos y compartiendo sonrisas, incluso algún que otro besito casto que hacía sonrojar a la mujer.
Bea soñaba con un amor así de bonito y duradero.
Un día tomó la decisión de preguntarle cuál era su fórmula.
Las cuatro y veintinueve y ella bajó las escaleras. Cuando salió del portal la pareja ya había tomado asiento.
— Disculpen, pero siempre los veo desde mi ventana — dijo señalando su ventana. —Y siempre me hago la misma pregunta…
Ambos se miraron y le regalaron la sonrisa más sincera que nadie nunca le pudo regalar a Bea. Ella continuó con el speech que se había preparado, — mi pregunta es: ¿cómo lo hacen?
Se volvieron a intercambiar miradas y esta vez fue él quien habló.
— Me enamoré de ella en el instante en que la vi. Con su vestido de flores y su pelo recogido en una coleta — dijo cogiéndola de la mano y sonriendo a Bea. — De eso hace 62 años,y aún la sigo amando igual,o incluso más…
—Querida,— dijo ahora la anciana, — el truco está en no tirar lo que está roto, sino en intentar arreglarlo e incluso mejorarlo.
Bea sonrió a ambos, les dió las gracias y se despidió de ellos.
Cuando llegó a casa llamó a Alberto.
— A lo mejor precipité, llámame cuando puedas.
Colgó el teléfono y se encendió un cigarro, pero no llegó a darle la calada que tenía pensado. Lo volvió a apagar y se cogió las llaves del coche.
— Esto no se soluciona por teléfono…— se dijo mirando su reflejo en el espejo.